Arturo Martinez Galindo
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Universidad
Nacional Autónoma de Honduras
Facultad de Humanidades y Artes
Departamento de Letras
Sección:
1000
Asignatura:
Literatura Hondureña
Nicolle
Alejandra Nuñez Varela
Audio libro
Arturo Martínez Galindo
Biografía
Foto
de su pasaporte 1928
§ Nació en
Tegucigalpa el 3 de septiembre de 1903
§ Hijo de
María Galindo y del general Pilar Martínez, el cual muere en 1907, cuando apenas
tenía cuatro años.
§ En 1930
funda la revista literaria “Claridad”.
§ Fundador del
quincenario revista “Ariel” junto con Froilán Turcios, en 1926.
§ Fundó el
grupo “Renovación”
§ Realizo sus
estudios superiores en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, se graduó
de Licenciado en Derecho en la Universidad Central de Honduras.
§ En 1929, se casó
con la sampedrana Luisa Bennaton, el 30 de septiembre.
§ En 1930,
regresa a Honduras. Fue nombrado Secretario de la entonces Universidad Central.
§ En 1931,
viaja a Washington como miembro de la Comisión que dirimirá el litigio
fronterizo con Guatemala.
§ En 1933
fundo el diario “El Ciudadano”, escribe bajo el seudónimo de “Armando Imperio”,
para firmar sus artículos políticos.
§ En 1934, se
traslada con su familia a San Pedro Sula, donde se convierte en el director del
diario ‘El Norte
§ En 1936, se
traslada a vivir de su profesión de litigante a Trujillo.
§ En 1937,
publica el poema épico “Canto a Trujillo”
§ En 1940, El
4 de abril, fallece en el municipio de Sabá, Colón.
Obras publicadas
Cuento:
·
Una historia cualquiera
·
La tentación
Prosa
·
Mi tristeza y yo
·
Mulata
·
El beso que provoco una tragedia
·
Frivolidad
·
El último vuelo
Poemas
·
El jardín de la concordia
·
Tu aritmética
·
Dulce mujer tardía
·
Desencanto
·
Destino
Artículos
·
El país de los hombres de cera
·
Honduras no tiene literatura ni literatos
·
Los periodistas y la política
Arturo Martínez Galindo ha sido
considerado uno de los autores más importantes de la primera mitad del siglo XX
en Honduras.
Cuento:
La amenaza invisible
A José
de la Cuadra
A pesar de su magno nombre, Romana
siempre fue una chiquilla frágil. Pudo creérsela víctima de algún extraño morbo
al ver sus mejías pálidas, su frente pálida y sus labios exangües y secos, como
cansados de besar. Pero no. Su palidez era como un gran temor ante su tardía
nubilidad. Las tocas conventuales hubiéranle venido a maravilla para crear una
suerte de abadesa ambarina, atormentada por las tentaciones y los cilicios,
como aquellas monjas pálidas que se durmieron en el seno del Señor en los
atardeceres desmayados, con las manos, como lirios marchitos, cruzadas
santamente sobre el busto tácito.
Romana era una poquita cosa; una
de esa virginidades inofensivas que no son apropiadas para encender la sangre
de los hombres. Tenía los cabellos rubios, de un rubio desteñido y simplón; los
ojos claros y fríos como los de ciertas muñecas que se aburren en los bazares,
y la vos, un hilo tenue en que se adelgaza el sonido.
Vivía en una pequeña quinta
suburbana, que se recataba tras las frondas de un huerto. Hija única, era ella
sola para cosechar las blanduras maternales de doña Leonor. Esta mujer había
tenido una historia galante de placer y de pecado. Corrió mucho mundo. Fue
amada por magnates porque ella sabía mantener siempre rebosante la copa de las
tentaciones, y más de alguno perdió su cordura en el abismo de los ojos verdes
de doña Leonor.
Había sido una de esas hembras envenenadoras que parecen llevar
el sexo difundido en todo su ser: sexuales la risa y la sonrisa, el andar
perezoso y la vos, la mirada de incendio y el gesto sabio, la curva de
escándalo y la leyenda equívoca.
Pero… quedábale algún resquicio de
vulgaridad cuando, al doblar la cuarentena, tuvo el cuidado burgués de concebir
a Romana. Y no fue menor su espíritu de defensa, cuando pudo, entre mimos y
lágrimas, atar la vida de su hija a la
opulencia de don Gil. Don Gil, su ultimo amante, se dejó convencer
fácilmente¬¬---- y qué aire triunfador se gastaba por aquellos días ----,
halagados sus sesenta años por aquella aventura de consecuencia.
Asegurado un porvenir tranquilo,
doña Leonor empezó a ser realmente doña Leonor. Olvido su nombre cortesano---
tal vez Zazá, quizás Manón----, porque quería, en el olvido de su casita
blanca, al margen de la ciudad bullanguera, contar sus primeras canas, observar
sus primeras arrugas y captar las carias dulzonas e inofensivas de don Gil,
cuyas manos sabían escribir, de fecha en fecha, cheques bancarios consoladores.
Cierto es que don Gil era gordo,
que usaba mostachos anticuados, que se reía a carcajadas y que tenía los
dientes postizos. Pero… doña Leonor no era ya la cortesana elástica, la varona
encendida de juventud y de pecado. Todo su antiguo encanto primaveral y
perverso. Se había mustiado; el soplo del tiempo la había desnudado, así como
el soplo del huracán desnuda al árbol; al igual que las hojas viajeras, sus
galas volaron una a una en el ala del tiempo.
Aquella noche…
… Don Gil, arrellenado en la
muelle butaca, fumaba plácidamente. Doña Leonor, inmóvil frente a él,
ligeramente recostada en un diván, parecía hundida en evocaciones; los parpados
caídos y las pestañas largas sombreando los ojos verdes. Romana tocaba el
violín una serenata melancólica de
Moskowsky; la silueta de la nena se idealizaba en el vano del balcón, rebosante
de luz lunar; una pantalla inmensa velaba la bombilla eléctrica. Las notas se
elevaban del cordaje, limpias, una a una, como las cuentas fulgidas de un
rosario fantástico; lentamente, como las arenas mudas de algún reloj milenario.
De pronto cesó bruscamente la música en un desacorde doloroso y desconsolado.
Romana, como una gata friolenta, vino a esconderse en el regazo de doña Leonor.
---No puedo más-----musito-----no
puedo más…
Había en su vos cierta inflexión
atormentada como si quisiera sollozar. Don Gil, los ojos fijos en las espiras
de humo azul de su cigarro, como si siguieran un pensamiento íntimo, preguntó:
----Leonor, ¿te acuerda de
Vladimir, el violinista ruso?
--- ¿Por qué?--- interrogó a su
vez la vos exaltada de doña Leonor.
--- Por nada, mujer. Se me vino al
recuerdo. Era un gran artista.
Era un gran artista…----repitió la
voz calmada de doña Leonor.
--- Le conocimos en Viena,
¿recuerda? Fue el mismo año en que nació nuestra Romana. Estaba un poco tísico,
el pobre. Paréceme que murió poco después…
Doña Leonor, pálida y muda, oprimió contra su pecho la cabeza rubia de
Romana, y sus brazos robustos apretaron el cuerpo frágil de aquella muñeca,
como si quisiera librarla de un amenaza invisible.
Si don Gil no hubiese sido corto
de vista, habría podido advertir en los ojos verdes y en las pestañas largas de
doña Leonor, unas gotitas claras que se parecían mucho a las lágrimas.
1924
Bibliografía
Gaitan, N. (2011). Origen del
cuento en Honduras. En Primera (Ed.). Tegucigalpa, Honduras: Perseo.
Recuperado el 21 de Julio de 2019, de Cervantes Virtual:
www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/el-cuento-en-honduras--su-definicion-y-consolidacion-por-el-grupo-literario-renovacion/
libro cuentos de honduras completos
Honduras
Literaria del Siglo XX. (24 de Abril de 2016). Arturo Martinez Galindo. Recuperado el 21 de
Julio de 2019, de
https://www.google.com/search?sa=N&q=biografia+de+arturo+martinez+galindo&tbm=isch&source=univ&ved=2ahUKEwiR6ZSB4MnjAhWRq1kKHSoRAto4ChCwBHoECAkQAQ&biw=1366&bih=657#imgrc=Oxv5Iryx572YNM:
Honduras
Literaria del Siglo XX. (24 de Abril de 2016). Arturo Martinez Galindo . Recuperado el 21 de
Julio de 2019, de
https://hondurea.wordpress.com/2016/04/24/arturo-martinez-galindo/
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